La artista polifacética le dio vida audiovisual a las canciones que abren y cierran Terso, su disco debut.
Es de día sobre unos pastizales y se la ve a Vera entregar su cuerpo al movimiento. Lo mueven las emociones y lo musicaliza su primer obra sonora, Terso, un viaje de siete canciones al centro del alma y la intuición en donde, en media hora, le rinde tributo a los vínculos en todas sus expresiones: al amor propio, al amor entre pares y a su padre, Luis Alberto Spinetta. El disco se editó en septiembre, a dos semanas del nacimiento de Azul, su segundo hijo, al que le dedicó su segunda canción. Aquí, sobre el verde -de lo que parece ser el Delta-, se la ve interpretar “Incesante”, la canción que abre el portal conceptual y lumínico del primer proyecto musical que la menor del clan familiar creó junto a Guido Moretti y Pablo Damián Bursztyn.
“Esta es la primera vez que se junta todo lo que amo hacer: la danza, mi primer amor. Bailé hasta los 15 años y nunca más lo hice, hasta ahora. No puedo creer todo lo que me hace sentir, tampoco puedo creer que pasó tanto tiempo desde la última vez. Improvisar sobre mi música fue de las experiencias más liberadoras que viví en la vida. La escritura, mi canal de liberación absoluta. La música, mi conversación interna constante, mi máximo amor. La actuación, mi profesión y mi entrega hacia el mundo“, dijo ayer a la tarde y a través de Instagram la actriz, poeta y cantante, ante el estreno del videoclip doble, dirigido por su amiga de la infancia, Sofía Malamute.
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Desde el agua, Vera cierra los ojos, conecta y canta al sol: “Tan solo observa la selva abierta de tu expresión/ cuando se expande hacia al exterior”, en lo que parece casi un movimiento embrionario, sobre los colores del arte de tapa de Terso, que luego se disuelven en humo de bengalas difusas.
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Si “el sonido desarma la complejidad del pensamiento”, tal como canta en el estribillo de Incesante sobre un manto de beats programados, es a través de su primer amor, la danza, que se entrega al universo poético y sonoro para desplegar el goce del movimiento físico e intuitivo junto a la compañía de la bailarina Diana Szeinblum, en una poesía visual en blanco, verde, marrón y rojo, que termina declarando que, al final de este viaje “solo queda confiar en mí”.
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