Por Catalina Greloni
La artista porteña nacida en Francia, de padres argentinos, trabaja con un material tan llamativo como polémico, y exhibió su obra en Bafici, Tecnópolis, Times Square, en Nueva York y en la Heaven Gallery en Chicago, Illinois. En Le Banana te contamos mucho más sobre María Burundarena, la artista que desarrolla las instalaciones preferidas para las selfies, pero que mueven un significado mucho más profundo.
¿Cuándo llegaste a Chicago?
Después de estudiar Diseño de indumentaria y Textil en la Universidad de Buenos Aires, en la FADU, en la cátedra de Andrea Saltzman, quien me influenció un montón por ser muy teórica, sensible e inteligente, presenté mi portfolio para estudiar una maestría en The School of The Art Institute of Chicago, en el programa Fibers and Materials Studies. Mi cuerpo de obra respondía mucho más a una investigación de superficie y de materialidad que a una forma en particular. Tengo mucha estampa, mucho desarrollo de textura y estudio sobre el color y la percepción que varía según el soporte. En 2019 me fui de Buenos Aires directo a Chicago y la pandemia la partió al medio, entonces me tomé un año de ausencia de la maestría porque mi práctica requiere mucho contacto con la materialidad, con muchas horas de taller que no iba a poder desarrollar. Entonces la retomé y finalicé el año pasado, mientras seguía trabajando en mi obra y en proyectos en espacios públicos.
¿Cómo describirías tu obra?
Tengo una relación con las superficies reflectivas desde hace mucho tiempo. El detonante que puedo recordar de mi relación con estas texturas fue hace 15 años, caminando por la playa. Me encontré un caracol que brillaba en la arena y me asombró la textura del nácar. Descubrí esta ventana de color que brillaba en un espacio natural y me obsesioné. Ya sea con piezas sublimadas, con plástico o fotografía, salía a la calle y encontraba elementos que me llamaban la atención y que después buscaba emular de una manera artificial a través de prints que tomaron espacio en tela, en papel. Empecé también a trabajar mucho con proyecciones reflectivas en la pared. Tengo un portfolio bastante multidisciplinario; no soy artista de un solo médium. Me gusta el collage, la serigrafía, la proyección, la animación y mi identidad que se va proyectando en distintos soportes. Siempre me costó mucho quedarme quieta. Al presentarme en la maestría también mostré una cápsula de ropa, ya que venía de la indumentaria y mis estudios estaban más vinculado al cuerpo. Me interesan las distintas formas de espacialidad entre lo público y la materia o la relación del textil con el cuerpo. Empecé a explotar todo ese mundo de la textura, de la superficie y la fotografía y me fui expandiendo desde lo micro hacia el espacio, hasta llegar a trabajar de una manera más instalativa en el espacio público.
Y ahí, en el espacio público, aparecieron las mantas de emergencia.
Empecé a trabajar entonces con materiales metalizados, estampados foil, textiles reflectivos, hasta hace un año, que aparecieron en mi trabajo las mantas de emergencia. Primero empecé a usarlas por la propiedad del material físico, su reacción a la luz, el movimiento que permitían y además porque hacen muchísimo ruido y es interesante. Además tienen una connotación muy fuerte en este contexto sociopolítico post Trump y de crisis de inmigración global. Entonces comencé a trabajar con ellas en varias instalaciones en plazas, en lagos, porque tienen una particularidad muy grande ya que a la vez funcionan como photo opportunity para los transeúntes, muy aesthetic para la selfie, pero al interiorizarse en el material carga con un sentido bastante denso y profundo.
¿Qué descubriste en el proceso creativo al trabajar con una materialidad nueva, distinta?
El primer “wrapping” que hice fue en una playa acá en Chicago en donde destruyeron un aeropuerto que sólo funcionaba para políticos y ricos y, luego de que lo destruyeran, se tiraron pedazos de concreto en el lago, que la misma agua fue devolviendo el concreto a la costa. Encontré este espacio y tuve la idea de envolver estos escombros en una especie de actitud maternal, cubriéndolos con estas mantas plateadas de emergencia. Un día estaba trabajando, envolviendo las rocas, y cayó la policía: seis uniformados me vinieron a preguntar qué es lo que estaba haciendo. Imaginate mi miedo. Llatina, con visa de estudio, pero les conté lo que estaba haciendo, que soy artista y estaba tratando de embellecer la ciudad a través de esta materialidad y así me dejaron tranquila y celebraron mi obra. Envolviendo rocas y estructuras en el espacio público me hizo entender lo efímero que es el material porque no aguanta mucho en el tiempo y en condiciones adversas, y eso también es interesante porque habla de la vida corta que tiene. Chicago es conocida por sus vientos fuertes y, en pleno invierno, estas mantas plateadas se degradan en 15 horas, se abren y se van cortando en tiras. Hay un espacio público conocido que se llama Comfort Station que está en la mitad de una plaza, donde dan cuatro intersecciones de autos y allí armé una instalación con estos paños, que a la vez funcionan como paredes de la estructura, y cubrían toda la superficie. La llamé “Mirror Gate”, en referencia y guiño al “Cloud Gate” de Anish Kapoor, que está en la ciudad y también brilla con la misma intensidad. Tuve que ir cambiando la obra, ya que pasó a transformarse en tiras y empecé a anudar el material, entonces tomó otra forma. Lo viví más como una residencia que como una instalación. Hay una cosa del fulgor y de la propiedad del color con lo que trabajo que tiene una reacción emocional positiva entre la gente y eso me emociona mucho. Por eso me gusta trabajar en el espacio público, ver la reacción visceral de la gente común, por fuera del universo académico. Puede sonar medio banal pero para mí la belleza es un valor tan importante como la honestidad.
Además de bello, el material tiene una función más social.
Hay algo de la emergencia y la protesta que está presente en mi trabajo y es adyacente, que no está de frente pero que genera una tensión en el trabajo. Esa fue parte de la búsqueda y lo que me pareció tan interesante de trabajar. La ambigüedad que genera el material, ya que la respuesta del público a la obra es muy positiva. Pasa mucho este efecto de foto oportunidad, que pasa mucho con las instalaciones y en los museos, donde la gente se toma selfies con el paño plateado, pero no se dan cuenta de lo que representa. Es un elemento que irrumpe en el espacio público y funciona como eye candy que, a la vez, el material es muy similar y hace el mismo ruido que los papelitos de los caramelos. Pero estos paños no dejan de ser mantas isotérmicas impermeables y aluminizadas que usan en momentos de emergencia para cubrir a los inmigrantes y a la vez los vuelve más visibles, creo. .
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¿Creés que te interpela el hecho de ser una latina o inmigrante en Estados Unidos?
En época de pandemia hubo muchas revueltas acá y nosotros en Argentina estamos acostumbrados a las manifestaciones, pero de otra manera. Tal vez la violencia de acá me impactó de una manera diferente. De todos modos, yo tengo el privilegio de parecer blanca, pero abro la boca y sí, tengo acento, me llamo María y la realidad es que acá hay una comunidad latina muy grande y ayuda estar en contacto con un colectivo que viene de un lugar culturalmente parecido al tuyo.
¿En qué proyectos estás trabajando?
Hace poco gané un premio y me fui a Kansas City a hacer un mural que se armaba con pegatinas de harina y agua, en una estructura que es un container de transporte. Estoy trabajando en una serie nueva reutilizando los negativos de los foils, muy del estilo de Tramando, que es otra influencia local mía, el trabajo de Martín Churba. Ahora estoy trabajando en piezas más chicas también, en obras que pueden colgarse y transportarse. En Septiembre, además, tengo una muestra individual en Compound Yellow, en un cubo blanco donde trabajaré tanto en su exterior como interior.
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