Casi nueve años después del robo que le cambió la vida, Kim Kardashian volvió a París para mirar a los ojos a los hombres que la ataron, amenazaron con armas y le robaron más de 6 millones de dólares en joyas.
“Estaba segura de que me iban a violar”, dijo entre lágrimas, parada frente al tribunal. “Creí que iba a morir”.
La escena ocurrió en octubre de 2016, en plena Semana de la Moda. Kim estaba sola en su suite cuando un grupo de ladrones entró, la redujo y la dejó completamente vulnerable. Hoy, la estrella más fotografiada del mundo, ícono de las redes y el lujo, enfrentó a diez acusados que, en su mayoría, superan los 60 años. En Francia los llaman “les papys braqueurs” —los abuelos ladrones.
Según las autoridades, los atacantes la rastrearon por Instagram: joyas, ubicaciones, rutinas. Todo estaba ahí.
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Su amiga de la infancia, Simone Harouche, que compartía la suite esa noche, también testificó. Recordó los gritos de Kim: “Tengo hijos. Necesito vivir”. Desde un baño, escondida, mandó mensajes desesperados a Kourtney y al guardaespaldas.
Después del ataque, nada volvió a ser igual. Kim desapareció del ojo público, desarrolló ansiedad severa, miedo a salir y dejó de compartir su vida como antes. Años después, lo admitió: “Me observaban. Sabían dónde estaba. Sabían lo que tenía”.
El juicio sacudió otra vez las preguntas de siempre: ¿la exposición digital nos hace vulnerables? ¿Por qué seguimos culpando a las víctimas?
Cuando el juez sugirió que postear joyas pudo haberla convertido en blanco, Harouche respondió firme: “Eso es como decir que por llevar falda corta, una mujer merece ser violada”.
Hoy Kim no solo recuperó la voz. Se la plantó a quienes intentaron callarla. Y eso, quizás, es más poderoso que cualquier diamante.